miércoles, 14 de diciembre de 2011

En la noche de los tiempos

La tragedia  (Foto tomada en el museo Geominero de Madrid)
 Hacia muchos soles que no lloraba el cielo sus lágrimas de vida, el pasto que alimenta a los animales que cazaban se había agostado y estos emigrados a otros lugares donde aún quedaba suficiente para la vida. Pero ellos no podían alejarse, eran un grupo grande, pero mermado por el hambre y habían delegado en los más fuertes para que partieran en busca de carne con la que alimentarse mientras ellos consumían las últimas reservas que los cazadores pudieron dejar.
Una luna entera había pasado desde entonces y el hambre ya hacía estragos, varios niños y algunos ancianos enfermos y más débiles habían muerto, pero ni los ritos del tránsito al mundo de los espíritus habían podido realizar porque en el exterior de su cueva refugio merodeaban terribles depredadores. Una manada de tigres de dientes de sable acuciados así mismo por el hambre, por la falta de caza y estimulados por el olor de aquellos bípedos, agrupados en torno al fuego que protegía la entrada de la caverna, merodeaban insistentemente y solo era cuestión de tiempo que superaran el miedo ancestral al ardiente fenómeno y asaltaran la caverna.
Los cadáveres de los fallecidos permanecieron unos días en el fondo de la cueva, en espera de que algo cambiara, muy cerca del insondable pozo que allí se abría y de donde subía un frio halito que sobrecogía a quien se acercaba a su borde.  Pero cuando el olor se hizo insoportable y algunos miembros del clan empezaron a dar muestras de estar dispuestos a pasar por encima del tabú y alimentarse de los cuerpos de quienes hasta hacía poco habían sido sus compañeros, el jefe, que a su vez ejercía de guía espiritual, decidió despeñar los cuerpos muertos en el oscuro abismo.
El tiempo se terminaba, sin alimentos, con los últimos leños quemándose en la hoguera junto a la entrada y los dientes de sable a pocos metros, la situación era desesperada, tanto que se fueron replegando en el fondo, junto a la sima.
… Luego, el ultimo rescoldo quedo frío y un poderoso rugido secundado por otros muchos se oyó en la entrada y varias terribles formas entorpecieron el paso de la luz que apenas alcanzaba a llegar hasta allí donde el todavía numeroso e indefenso grupo se apiñaba.
Al borde del abismo y sin escapatoria

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